El
Tao Te King es la piedra clave del pensamiento Taoísta. Zhuang Zi se
considera predecesor a esta obra, pero se enmarca en la misma escuela
de pensamiento. La autoría del Tao Te King, se le concede, al menos
en los escritos más antiguos a Lao Tse.
En
esta obra se nos presenta el Tao como sostén del mundo, pero no
necesariamente en un sentido ontológico, pues nunca se identifica
con divinidad alguna o si quiera una entidad inconsciente. El Tao es
la inefabilidad pura. Es ser y no ser. Es la nada, encarnada en la
universal antigua de la madre generadora de los principios dualistas
de los que surgen los diez mil seres. Nos rodea y nos acoge de esa
misma forma maternal y nos aporta sostén como camino por el que
fluyen todas las cosas. Es el orden natural de las cosas, pero
siempre como flujo no forzado. Nunca como ley o imperativo.
No
tiene forma o materia. Es uniformado y caótico, pero jamás
desordenado. Es
el todo, no hay extremos desiguales en orden de jerarquía.
Nosotros
estamos imbricados en el Tao, como individuos unidos a ese mismo
flujo cambiante de las cosas del que no podemos desprendernos. Por
ello, la forma más sabia de vivir, es mantenerse en el Tao, pero
siempre como no acción en el orden natural de las cosas. Pero no
confundamos no acción con pura inercia.
Wei
wu wei, también es adaptabilidad. Es la maleabilidad propia de la
naturaleza. Es dejar estar, pero siempre con la mirada puesta en
seguir el orden natural de las cosas. En seguir el camino del Tao.
Este
principio de naturaleza es el que los Taoístas quieren plasmar en la
política.
Individuo
y naturaleza jamás pueden ir separados, es por ello que debe
cuidarse de no forzar tampoco las vidas ajenas con leyes y normas
impuestas por el Estado. La mejor forma de gobernar será seguir el
Wu wei, dejando las cosas estar. El
Tao es igualdad, y por ende, cualquier intento de jerarquía va ser
injusto y antinatural.
Según
sus tres principios, cualquier acción o exceso de esto, solo puede
ser negativo.
La virtud es la espontaneidad, es
no-intencionalidad. (Te,
de hecho, se
traduce como“dejar
ser por naturaleza”).
Las contracciones son propias del Tao, y por ende de la sociedad no
estará libre de ellas, pero no obstante, esto no aporta el derecho
de
actuar sobre ella. La
verdad misma, de hecho se halla en el silencio.
La
mejor sociedad, será la sociedad más simple. La más natural. Los
taoístas buscan así, denunciar cualquier forma de gobierno
autoritario, denunciar así mismo, la guerra. Se deduce pues, que si
la sabiduría se halla en el orden natural de las cosas,
probablemente sea mejor volver al estado de naturaleza.
Este
estado de naturaleza taoísta se
asemeja mucho al Estado
de la naturaleza previo
que proponía Rousseau como
estudio preliminar para su teoría política.
Los hombres viven mejor en libertad, sin normas o leyes que los
amordacen. Sin embargo a diferencia de este, los taoístas consideran
que es el Estado quien los hace miserables y malvados, siendo así
cuando se vuelven unos contra otras y
no al contrario.
Crear
estado y jerarquía, sería pues, atentar al orden natural de las
cosas. Atentar contra el Tao.
La
sabiduría se halla pues en seguir el camino de la simplicidad,
simplicidad que los taoístas encarnan en la figura del leño, que es
uniformado e indefinido como el Tao.
“Quienes antaño
sabían practicar el Tao...
eran
simples como un leño”
Al
igual que el mejor estado, es el más simple, también es más sabio
el hombre más sencillo. Este será el niño, el más inocente. Esta
misma imagen de la inocencia como virtud es la misma que defiende
Nietzsche. Se pueden encontrar varios puntos ideológicos semejantes
en esta misma línea. La afirmación de la contradicción en la
afirmación del azar, y la dualidad Apolo-Dionysos es muy semejante a
la dualidad Ying-Yang contenida bajo el Tao. Asi mismo, volviendo a
la figura del niño-sabio. El niño juega en su inocencia, siguiendo
los tres preceptos del Wu wei: Juega sin intencionalidad, se afirma
en el lugar natural de las cosas sin cuestionarlas bajo moral o ley
alguna. Está más allá del bien y del mal.
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