lunes, 11 de mayo de 2015

Wittgenstein y la rectificación de los nombres

En el tercer apartado del capítulo 13 de las Analectas, Confucio nos habla de lo que se conoce como su doctrina de la rectificación de los nombres:

Si el soberano de Wei te confiara el gobierno del país, ¿cuál sería tu primera iniciativa?” El Maestro respondió: «Sin duda sería rectificar los nombres (…). Si los nombres no se corrigen, el lenguaje carece de objeto. Cuando el lenguaje carece de objeto, no puede llevarse a cabo ningún asunto (…). En el tema del lenguaje, un caballero no deja nada al azar.

Esta doctrina de Confucio propone que cada palabra puede y debe referirse a conceptos y objetos reales y que se debe dar a las cosas su nombre. La doctrina de la rectificación de los nombres es una preocupación constante en el pensamiento de Confucio.

Se puede trazar un ligero paralelismo entre las posturas de Confucio y del primer Wittgenstein, para quien el significado de las proposiciones queda determinado por la referencia, es decir, que si una proposición no figura ningún hecho, a la proposición no se le puede asignar un valor de verdad y, por tanto, no posee significado.

Ambos defienden una postura realista, que sostiene que la realidad puede ser conocida y descrita y que es accesible mediante el lenguaje. También comparten una postura respecto a las limitaciones del lenguaje para expresar información acerca de “lo que está más allá de él”. A este respecto resulta muy reveladora la afirmación de Confucio “Allí donde un caballero no sabe, debe callarse” (13.3), que nos recuerda a la célebre proposición 7 del Tractatus: “Sobre lo que no se puede hablar, hay que guardar silencio”. También refuerza esta relación la afirmación de Simon Leys en el prólogo de su edición de las Analectas, que, a su vez, se basa en el ensayo de Elías Canetti:

Lo esencial está más allá de las palabras: todo lo que puede ser dicho es superfluo (...). No negaba la realidad de lo que está más allá de las palabras, simplemente ponía en guardia contra la locura de intentar alcanzarla con palabras. Su silencio era una afirmación: existe una realidad de la que no podemos decir nada.

Sin embargo, Confucio no concebía dentro de esta realidad las relaciones interpersonales dentro de una sociedad, sino todo lo contrario: para conseguir la armonía social, se deben respetar una serie de relaciones jerárquicas entre categorías, tales como “de padre a hijo” o “de marido a mujer”. Esto supone que existe una única manera correcta de ser padre, de ser hijo o de ser marido. Cualquier variación que se salga de estas categorías se aparta de la armonía social.

De este modo, un gobernante que no es bueno con sus súbditos no puede ser llamado correctamente gobernante. Esta postura encierra un lado oscuro: estas categorías son cerradas, por lo que sólo hay una manera correcta de ser padre, de ser mujer o de ser súbdito. Y todo lo que se salga de esta categoría también está fuera de la armonía social.

La crítica que se hizo Wittgenstein a sí mismo puede orientarnos para hacer una crítica a Confucio. El segundo Wittgenstein defiende que ¬la función descriptiva es sólo una de las muchas funciones del lenguaje. El sentido de una proposición no está exclusivamente en la referencia, sino en su uso.

Confucio, como el primer Wittgenstein, entiende el lenguaje de una manera excesivamente simplista: las palabras pueden encerrar distintos significados en función de un contexto. Reducir la realidad a una categorización cerrada en unas pocas posibilidades es perder matices.

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