En el tercer apartado del capítulo 13 de las Analectas, Confucio nos habla de lo que
se conoce como su doctrina de la rectificación de los nombres:
Si el soberano de Wei te confiara el gobierno del país,
¿cuál sería tu primera iniciativa?” El Maestro respondió: «Sin duda sería
rectificar los nombres (…). Si los nombres no se corrigen, el lenguaje carece
de objeto. Cuando el lenguaje carece de objeto, no puede llevarse a cabo ningún
asunto (…). En el tema del lenguaje, un caballero no deja nada al azar.
Esta doctrina de Confucio propone que cada palabra puede y
debe referirse a conceptos y objetos reales y que se debe dar a las cosas su
nombre. La doctrina de la rectificación de los nombres es una preocupación
constante en el pensamiento de Confucio.
Se puede trazar un ligero paralelismo entre las posturas de
Confucio y del primer Wittgenstein, para quien el significado de las
proposiciones queda determinado por la referencia, es decir, que si una
proposición no figura ningún hecho, a la proposición no se le puede asignar un
valor de verdad y, por tanto, no posee significado.
Ambos defienden una postura realista, que sostiene que la
realidad puede ser conocida y descrita y que es accesible mediante el lenguaje.
También comparten una postura respecto a las limitaciones del lenguaje para
expresar información acerca de “lo que está más allá de él”. A este respecto
resulta muy reveladora la afirmación de Confucio “Allí donde un caballero no
sabe, debe callarse” (13.3), que nos recuerda a la célebre proposición 7 del
Tractatus: “Sobre lo que no se puede hablar, hay que guardar silencio”. También
refuerza esta relación la afirmación de Simon Leys en el prólogo de su edición
de las Analectas, que, a su vez, se basa en el ensayo de Elías Canetti:
Lo esencial
está más allá de las palabras: todo lo que puede ser dicho es superfluo (...).
No negaba la realidad de lo que está más allá de las palabras, simplemente
ponía en guardia contra la locura de intentar alcanzarla con palabras. Su
silencio era una afirmación: existe una realidad de la que no podemos decir
nada.
Sin embargo, Confucio no concebía dentro de esta realidad
las relaciones interpersonales dentro de una sociedad, sino todo lo contrario:
para conseguir la armonía social, se deben respetar una serie de relaciones
jerárquicas entre categorías, tales como “de padre a hijo” o “de marido a
mujer”. Esto supone que existe una única manera correcta de ser padre, de ser
hijo o de ser marido. Cualquier variación que se salga de estas categorías se
aparta de la armonía social.
De este modo, un gobernante que no es bueno con sus súbditos
no puede ser llamado correctamente gobernante. Esta postura encierra un lado
oscuro: estas categorías son cerradas, por lo que sólo hay una manera correcta
de ser padre, de ser mujer o de ser súbdito. Y todo lo que se salga de esta
categoría también está fuera de la armonía social.
La crítica que se hizo Wittgenstein a sí mismo puede
orientarnos para hacer una crítica a Confucio. El segundo Wittgenstein defiende
que ¬la función descriptiva es sólo una de las muchas funciones del lenguaje.
El sentido de una proposición no está exclusivamente en la referencia, sino en
su uso.
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